El consumo de leche y otros derivados lácteos después de la lactancia es un tema controvertido y de gran actualidad, al que se le suman otras afirmaciones como que la leche es para los terneros y no para los humanos o que la leche no es necesaria ya que a lo largo de la historia los seres humanos y los animales han sobrevivido sin ella.
Aunque de forma estricta, algunas de ellas pueden ser correctas, la eliminación de la leche y de los derivados lácteos de la dieta tiene implicaciones nutricionales y sanitarias muy importantes, especialmente en el caso de las mujeres.
En este sentido, cabe señalar que los lácteos son una fuente importante calcio, aunque otros alimentos como las almendras, los garbanzos o las semillas de sésamo también tienen un contenido similar o superior en este mineral. Sin embargo, los lácteos contienen algunos compuestos que facilitan la absorción del calcio y su utilización por parte del organismo como la lactosa, la vitamina D y otros compuestos bioactivos, al contrario de lo que sucede con otros alimentos. Por ello, los lácteos no son fácilmente sustituibles por otros alimentos.
Además, en relación con otras bebidas vegetales, que no leches, la leche es nutricionalmente mejor y, salvo en el seguimiento de dietas vegetarianas o veganas y los alérgicos a la proteína de la leche de vaca, no es fácilmente sustituible por otros alimentos ya que, en general, aportan menos proteínas, calcio y vitamina D y más azúcares. Teniendo en cuenta que en mujeres las ingestas recomendadas de calcio son muy elevadas, la eliminación de los lácteos de la dieta supone un aumento del riesgo de ingestas inadecuadas de este mineral, con el consiguiente aumento del riesgo sanitario que ello conlleva.
Sin embargo, si una persona decide eliminar los lácteos de la dieta debería asegurar un adecuado aporte de calcio a través de alimentos ricos en este mineral como algunas verduras (brócoli, repollo, col, etc.), legumbres (garbanzos y judías blancas), pescados (sardinillas, boquerones, salmón, lubina, etc.), mariscos (gambas, mejillones, langostinos, almejas, etc.), frutos secos (almendras, avellanas, nueces, etc.), semillas (sésamo) y especias (orégano, laurel, canela), aunque algunos de ellos tendrán que consumirse con moderación por su elevado contenido calórico.