Un estudio de la Ohio State University, en Estados Unidos, revela que los niños que tienen una relación más lejana e inestable con sus padres tienen mayor probabilidad de tener sobrepeso, es decir, que la intensidad de la relación madre-hijo puede condicionar el peso de sus hijos durante su adolescencia, tras haber observado que cuanto menos apego tienen a sus progenitoras mayor es su riesgo de obesidad a los 15 años.
El estudio realizado en 2011 y publicado en la revista Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine indica en concreto que el riesgo de obesidad es casi el doble ya que, mientras que uno de cada cuatro niños con bajo apego por sus madres tenía obesidad, apenas el 13% presentaba este exceso de peso si el vínculo era mayor.
Además, y según los resultados de un estudio que publica la revista Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, la relación entre el desapego y el exceso de peso persiste incluso después de tener en cuenta otros factores que también podrían explicar estos casos de obesidad infantil.
Los investigadores analizaron datos de 977 familias participantes en un estudio de atención temprana del niño y desarrollo de la juventud realizado por el Eunice Kennedy Shriver National of Child Health and Human Development.
Todos los niños incluidos en el estudio habían nacido en 1991 y la relación con sus madres se analizó a los 15, 24 y 36 meses de vida. Para esta evaluación, las madres tenían que jugar con sus hijos mientras los investigadores iban clasificando diferentes aspectos de su comportamiento, tales como el apoyo y respeto por la autonomía del menor o determinados signos de control u hostilidad.
Posteriormente, cuando los niños cumplieron 15 años, se les calculó su índice de masa corporal (IMC) a partir de su estatura y peso medio. De este modo, observaron que un total de 241 niños (24,7%) presentaba una relación madre-hijo de baja calidad durante sus primeros años de vida, cuya posterior prevalencia de obesidad en la adolescencia era de un 26,1%.
Según apunta la Doctora Sarah Anderson, autora del estudio, esta asociación podría tener un origen cerebral, ya que el área que controla las emociones y las respuestas al estrés, el sistema límbico, es también la que regula el ciclo del sueño, el hambre y la sed, así como una variedad de procesos metabólicos. «Una respuesta al estrés bien regulada podría afectar a cómo comen y duermen los niños, dos factores que influyen directamente en el desarrollo de la obesidad», recuerda esta experta.
Por ello, Anderson y su equipo proponen que las estrategias de prevención del sobrepeso y la obesidad no se centren exclusivamente en la alimentación y la práctica de ejercicio e incluyan también estrategias para mejorar el vínculo madre-hijo. «Se deben mejorar los lazos afectivos entre madres e hijos en lugar de centrarse sólo en la ingesta de alimentos», advierte.
Los menores que son más dependientes de sus padres cuentan con una especia de «refugio seguro» que les permite explorar su entorno y adaptarse más fácilmente a personas y situaciones nuevas. Los niños con menos apego tienden a experiencias negativas con sus padres, que les hacen responder a situaciones de estrés con miedo, ira o ansiedad, evitando relacionarse con los demás. Según explica la Doctora Sarah Anderson «la hipótesis es que el apego puede reducir el riesgo de obesidad infantil mediante la prevención de las respuestas cerebrales asociadas con el estrés frecuente o puntual, que altera el normal funcionamiento y desarrollo de los sistemas que afectan al peso corporal».
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