En la década de los 90 el consumo de leche y sus derivados se encontraba en auge, siendo sólo superado por las bebidas no alcohólicas. Sin embargo, según podemos observar en los datos aportados por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, actualmente se ha reducido su consumo y compra en la cesta de los españoles.
Actualmente existe controversia en su consumo, influyendo en ello intereses culturales, ambientales, industriales y nutricionales.
Si bien no podemos decir que la leche sea un alimento completo (no es una buena fuente de hierro), tiene un buen equilibrio y composición nutricional (un 90% de la misma es agua y aporta proteínas de alto valor biológico que son fácilmente digeribles (leucina, lisina e isoleucina), vitaminas (A y E (antioxidantes), B12, B1 y B2), minerales (como el zinc, sodio, yodo, selenio, cromo y sobre todo, calcio) así como hidratos de carbono (donde destaca la lactosa, que actúa en la mejora de la absorción del calcio; y otros oligosacáridos que promueven la flora bifidógena) y lípidos de cadena corta y media (destacando el ácido oleico, relacionado con la disminución de colesterol y triglicéridos) que mejoran su digestibilidad.
Es de creencia popular que la toma de productos lácteos enteros “engorda”, viéndose una disminución de su toma sobre todo en población adolescente y en los jóvenes adultos. Sin embargo, algunos estudios han llegado a la conclusión de que, aunque los productos desnatados tienen efectos beneficiosos en población que quiere reducir su peso, esto también parece asociado a otros aspectos tales como la concienciación de la práctica regular de actividad física y el consumo de más verduras y frutas. La toma, por tanto, de productos lácteos enteros sin sobrepasar las cantidades recomendadas, se han asociado a un mantenimiento del porcentaje de la masa grasa y mayor sensación de saciedad.
Las necesidades de calcio (mineral fundamental en distintas etapas del desarrollo) van variando a lo largo de las distintas etapas de la vida. En infancia y adolescencia es fundamental un aporte adecuado para desarrollar la masa ósea, formación de dientes y funcionamiento del sistema nervioso y muscular; en edad adulta la masa ósea ya ha alcanzado el pico máximo de mineralización por lo que tener unos niveles equilibrados disminuirán de forma sustancial el riesgo de osteopenia y osteoporosis en etapas posteriores, así como los riesgos de fracturas asociados. En el periodo de la tercera edad, existen problemas de movilidad, malabsorción y atrofiamiento de papilas gustativas (entre otros) que funcionan como condicionantes de la dieta y que suelen derivar en falta de vitamina D, proteínas y déficit de vitamina B12.
Por tanto, parece importante el consumo de leche y derivados para mejorar el riesgo de ingesta baja de Calcio que en España varía de un 20-30% en hombres y del 35-82% en mujeres; si bien es cierto que ésta no sería la única manera de elevar la toma de calcio en nuestra dieta, ya que como comentamos en un post anterior, estas mismas necesidades deben ser atendidas en población intolerante o sensible a la lactosa así como en población vegana, donde resulta fundamental el consumo de pescados azules (como las sardinas), soja, legumbres, verduras (brócoli, berros, espinaca), ciertas algas y bebidas vegetales.

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